lunes, 14 de junio de 2010

Adoptar es también educar



Seguro que todos alguna vez hemos presenciado una escena parecida; el
pasillo de un supermercado, una señora con la cadera apoyada en el
carro de la compra que charla tranquilamente con otra que sostiene el
asa de una cesta con ruedas y no muy lejos de ellas un niño de unos 5
años que está jugando con los paquetes de las estanterías e intentando
trepar por ellas.

La señora apoyada en el carro de repente exclama sin ganas, sin
interés y arrastrando las sílabas un “ Manolito, estate quieto” y
Manolito, evidentemente, sin darse por aludido, continúa con lo que
estaba haciendo y su madre vuelve a enfrascarse en la conversación con
su amiga, entonces otra persona aparece por el pasillo y mira a
Manolito, a su mamá y a su amiga y la señora, con la misma
indiferencia que antes, más por justificación ante el nuevo observador
que por interés en corregir a su hijo vuelve a exclamar: “Manolito,
vendrá el señor del supermercado y te reñirá”.

Entonces es cuando continúas avanzando y abandonas el pasillo pensando
que esa señora está demasiado ocupada para educar a su hijo e incluso,
algunos, en cierto modo hasta nos compadeceríamos del pobre Manolito.

También hay Manolitos de cuatro patas, a los que sus papis no han
sabido educar, estos Manolitos rompen cosas, se pelean con otros
perros, no respetan a nada ni a nadie y pasan a ser catalogados como
“conflictivos”, “difíciles” o directamente “imposibles”

En los dos casos el problema es el mismo, los dos Manolitos son
víctimas de unos papis que no han sabido marcar pautas, que no tienen
ni idea de cómo introducir la disciplina en sus vidas de forma
positiva, que no han sabido transmitir seguridad y equilibrio, pero el
final para los dos Manolitos suele ser muy distinto.

A uno, al humano, se le justifica de cualquier manera, mientras que al
de cuatro patas se le empieza a ver como un problema, un estorbo del
que hay que deshacerse justificando esta decisión con frases como “es
que ya no podemos más”, “es que lo hemos intentado todo”, todo menos
asumir la responsabilidad de que Manolito no es más que el producto de
su falta de compromiso para educarlo y hacer de él un perro estable,
sereno y equilibrado.

En el pasillo del supermercado todos tendríamos claro que a la hora de
recriminar el comportamiento de alguien sería la madre la que
recibiría nuestras críticas.

Nos gustaría que las cosas estuvieran igual de claras en el pasillo de
casa de los Manolitos de cuatro patas.


Gemma.

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